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Cuentos

JOAQUIN Nº7

1


 

Supe que había tocado fondo cuando le escribí un mensaje para coger. No habían pasado ni 24 hs y yo me moría de ganas de acostarme con el principal sospechoso de aquella muerte dudosa. En ese momento no me importaba nada. Pero si seguía así iba a terminar fatal.

 

Había leído sobre un estudio que afirmaba que cada persona tenía un nombre maldito que lo perseguiría por el resto de su existencia. Que las coincidencias de la vida harían que uno se tope con ese nombre. Y que esas personas habían venido al mundo con un destino predestinado: hacerte daño. En mi caso, el nombre era Joaquín. Siempre que conocía a alguno, la relación se tornaba extraña. Podía disparase para un odio profundo, o para un amor loquísimo. Pensé que era una simple coincidencia, hasta que sucedió por séptima vez. 

Mientras la palma de una mano ajena reventaba un huevo sobre la cabeza de mi amiga Marisa, que se recibía de nutricionista. El papel picado de sus familiares se detuvo en el aire. Fijé la vista cual estilo retrato, con todo el fondo desenfocado en los ojos color musgo de esta nueva persona, que inmediatamente supuse que se llamaría Joaquin. Quizá este era diferente. Me persigné con la idea de que un ente superior me ayudaría a manejar la situación. Que el universo logre impedir que me interesara por él. Pero no hubo caso, la belleza andrógina de este nuevo Joaquín era extrema. Y cuando digo extrema, hablaba de niveles de lindura que superaban todos los límites.

 

Recostado sobre la hierba de la quinta, con el murmullo de la música bien lejano y el sol asomado, Joaquín exigía ser besado. Apenas habíamos hablado en la recibida, y en medio de la fiesta del festejo, me invitó a fumar en la parte más lejana del campo. Ocultos en los árboles. No pude resistirme. Fue el apabullamiento ante semejante belleza, y la química de nuestras bocas, que aquel chape tan intenso me hizo replantear todo mi pasado. Un líquido preseminal en mis calzoncillos denotaba una excitación adolescente que se amplificaba a medida que nuestras lenguas se mixeaban. Mis manos reptaban por su abdomen fibroso. Con los dedos dibujaba las hendiduras de su cadera y recorrí aquellos surcos hasta llegar a su cinturón.

 

Creí que sería cosa de una noche. Que solo lo guardaría en mis fantasías. Pero una tarde, Joaquien me preguntó si quería volver a verlo. Que debía llevar a su novia al gimnasio muy cerca de mi casa y debía hacer tiempo. Con gusto acepté su visita. En dos palabras: Sexo frenético. Cuando estuve solo, recogí su taza de café de la cual no había probado un sorbo. Como muchos de mis amigos sabían mi temita con los Joaquines decidí guardar el secreto de este último. Ya hacía tiempo que me habían apodado Joaquinator.  De todas formas, consideraba que esta vez sería diferente. Creí que tanto dele que dele con la misma piedra no me dejarían ilusionarme. En el fondo sabía que era mentira, pero había que reconocer que la visita sexual de los miércoles a mi me servía.

 

Los encuentros se volvieron cada vez más picantes. Dejaba que Joaquin decidiera la mecánica de la visita. Temía hacer algo que rompiera su masculinidad de papel y que no volviera a venir. Pero él no se rompía porque le chupaba un huevo. Me lo dijo así tal cual luego de revolearme al sillón y hundirme los pulgares en los pómulos hasta que grité de dolor. De jugandito, decía. Las degradaciones aumentaban, pero mi amor hacía él lo permitía todo. 

Guardé en la heladera la milanesa que Joaquín no había tocado y disimulé los chupones en mi cuello con una chalina en pleno verano.

 

Otro día puse una película y ni terminé de verla porque Joaquin ya había empujado mi cabeza hacía su ombligo. Mientras mi lengua recorría su zona pélvica y mis dedos se sumergían en su boca, pude notar que sus ojos no se cerraban. Recordé la primera vez que lo conocí y como me miraba, pues así me miró siempre, porque así miraba todo. Joaquin no parpadeaba. Podía ser un analisis muy apresurado, pero así funcionaba mi cabeza con él. Maquinaba sin parar. Creaba diferentes escenarios, en su mayoría fatales, en los cuales compartía mi vida con él. Mientras desplegaba mis dotes en el arte del fellatio, le miraba de reojo su mandíbula de princesa masculina y sus ojos inyectados en sangre que no dejaban de apuntarme. Lo primero que pensé era que se daba con merca. Aunque había conocido a adictos que pese a tener comportamientos similares, no eran los mismos. Esto era otra cosa. Le pregunté si tenía algún tema con la vista. Su respuesta fue atragantarme con la verga, para luego besarme con locura, haciendo que me olvide de mis preguntas.

Era tal la excitación que me provocaba que podía omitir el hecho de unos ojos bien abiertos.

 

Si yo le escribía para vernos la respuesta era negativa. Pero siempre con la promesa de que pronto sucedería. Empecé a conformarme con migajas de cariño. Si yo no le daba pelota durante mucho tiempo me tiraba un like a las tres de la mañana en una foto vieja. Un fueguito en alguna historia. Aquellas pequeñas muestras de amor centennial mantenían ferviente nuestra relación. Pero yo no tenía el control. Las humillaciones más grandes se daban cuando me escribía con un plan abstracto, en el cual no indicaba día y horario. Supongamos que me escribía: “Esta semana nos vemos”. Lo cual me obligaba a preguntarle día y horario y bancarme que ni respondiera. Sabía que mi accionar era tán patético que no le contaba a nadie de mi andanzas con Joaquín Nº7.

 

Una tarde, luego de unos besos apasionados en el patio de mi casa, le pregunté si quería tomar algo. Entré a la cocina y antes de servir las bebidas, me deslicé hasta la habitación y lo espié por la ventana que lindaba con el jardín. Me intrigaba lo qué hacía cuando se quedaba solo. A la vez de que me sentía un idiota. Sentado en medio del patio, Joaquin se mantenía tieso. La espalda erguida, los antebrazos sobre los cuádriceps y la mirada perdida. Sus ojos llenos de venitas de sangre por no pestañear se mezclaban con el verde de sus iris y creaban una composición de colores un tanto diabólica. ¿En qué estaría pensando?

Posada sobre una mandarina, una mosca frotó sus patas delanteras y tomó vuelo. Las hojas del laurel brillaban plateadas por la luz del sol y fueron la segunda escala donde se posó el insecto. Agitó sus alas y planeó por encima de la pileta que proyectaba las nubes bien gordotas, se posó en una de las reposeras hasta que finalmente viajó hasta el párpado de Joaquin. Se quedó inmovil durante unos segundos y luego decidió descender por el pómulo hasta llegar a la comisura de la boca. Pegué la cara al vidrio para ver un poco más. Amparado por la cortina casi transparente que no permitía que se viera desde afuera.

Casi se me caen los vasos cuando de pronto, la cara de Joaquín me apuntó. Cual peli de terror. Él no podía verme desde ahí. ¿O si?. Tuve miedo. Preparé unos gin tonic y puse orden a mi cabeza. Estaba flasheando. Al rato, Joaquin estampó mi nuca contra la pared y comenzó a morderme el cuello como una bestia, un vampiro. Me masturbaba, luego me succionaba. Esta vez, aunque el placer era increíble como siempre, no pude quitar la vista de sus ojos que nunca se cerraron.

 

Las visitas fueron cada vez más espaciadas. Ya no me escribía, apenas me respondía. Evento tal que despertó a mi ego dolido y me convirtió en un idiota. O mejor dicho. Un enamorado. Nada más peligroso que ser un enamorado no correspondido. El grado de obsesión podía suscitar límites que con una cordura normal, no sucederían. El hecho se despertó mientras revisaba sus redes sociales. Las cuales nunca tenían comentarios. Era extrañísimo porque tampoco se veían fotos de él o con amigos, o con su novia. Solo fotos de nubes o paisajes solitarios. Reconocí un cielo tajeado por la casa de uno de mis vecinos. Esa foto la tuvo que haber sacado en mi patio. Aquello fue lo más cercano a mi en sus redes. Y un día sucedió. Actualizando una y otra vez, por un momento, pude ver el comentario de una chica llamada Sabrina que le escribió: “¿No pensas atender?” en su última foto. Y como si nada, el mensaje se borró. Como la cuenta era privada, no éramos tantos sus seguidores. Me volví el típico stalker. No había nada extraño salvo porque mi amiga Marisa, la que se había recibido de nutricionista, no estaba entre sus contactos. Le escribí con temor a preguntar por un Joaquin, porque sabía cuál sería su reacción. Te dije que no te metas con los Joaquines la puta que te parió. Y así fue, dicho y hecho. Pero luego afirmó que sin embargo no conocía a ningún Joaquin, y que mucho menos recordaba que haya participado de su recibida. Busqué entre las fotos de aquel día, solo aparecía en una foto, donde apenas se veía mitad de la cara. Me di cuenta en ese instante que no sabía nada de esta persona. Que el simple hecho de su atractivo me había obnubilado. Ni siquiera sabía si trabajaba o qué. 

 

Decidí escribirle a esa tal Sabrina que había comentado la foto. Quizá podía brindarme información. Le pregunté de dónde lo conocía. Que yo tampoco sabía nada de él últimamente. A los dos minutos recibí respuesta.

 

Ni siquiera me preguntó cómo lo conocía. Arrancó escribiendo: 

“Primero que nada, alejate lo máximo que puedas de esa persona”. 

La conversación que empezó con mensajes de texto se transformó rápidamente en una catarata de audios y videollamadas. Al principio, Sabrina desconfiaba, creía que yo podía ser un espía o un amigo de Joaquin. Pero charla que va, charla que viene terminamos contando como fue nuestro breve romance con Joaquín. Los dos amoríos se habían dado de una forma similar. Solo que ella lo conoció en un Baby Shower. Cuando Sabrina supo que podía confiar en mí, me permitió unirme a un grupo de Whatsapp muy particular llamado: Los Joaquines. 

No lo podía creer, éramos más de trece personas conectadas comentando los romances con la misma persona. Desde Mendoza y Salta hasta Tierra del Fuego. Todos sacaban sus conclusiones y mandaban las porciones de información con la cual contaban. Escasa, de hecho, ya que el poder de Joaquin era el de enamorar. En ese runrun de dopamina segregada, las víctimas apenas se hacían preguntas.

Nos reuníamos los siete de Buenos Aires en una cafetería en Caballito, con la idea de que en algún momento estaríamos los trece. Todos mandábamos las fotos que teníamos, que solíamos sacar cuando Joaquín estaba distraído. Como él siempre hablaba de que tenía un noviazgo, nadie podía fotografiarlo. La mayoría de las víctimas eran mujeres, solo tres éramos varones. Hice un enchastre con la taza de café cuando me enteré que no había un solo Joaquin, si no que eran varios. Al menos esa era una de las teorías. Era la única forma de explicar que varios de los encuentros en diferentes provincias se sucedían con la misma fecha y horario. No dudé un segundo acerca de la veracidad de la información. Ya que por fin alguien podía entenderme. Se concluyó que aunque los Joaquines eran diferentes, todos compartían la misma cara andrógina y una fuerza sobrehumana. Se debatió el tema de que no comían. Pero hubo dudas, ya que uno de los chicos llamado Flavio creía que su Joaquín sí había comido. Otra cosa que tenían, era la violencia extrema y esa sexualidad brotando por sus poros. Cada vez que alguno contaba su experiencia y llegaba a la parte del sexo se le iluminaba la cara. Tenían todo anotado. El Joaquin mendocino era un poco más morocho. El sureño tenía los ojos azules. El pampeano era más rubio y bien dotado. Todos tenían diferentes usuarios de instagram, pero las mismas fotos. Al punto que cada una de las víctimas reconocía cuál había sido tomada desde su casa. Diferentes personas, diferentes Joaquines. Pero todos coincidían en una cosa, en el hecho de que ninguno de ellos parpadeaba. Lara carraspeó la garganta. Lo que te voy a decir no va a estar bueno. se me atragantó la medialuna apenas me dijo eso. Cuando me ponía nervioso comía a más no poder. Lara, era la creadora del grupo y la víctima más antigua. Se acomodó en la silla y se tiró el pelo atras de las orejas. Alcé la mano y le hice señas a la moza para que me trajera más medialunas. Iba a necesitarlo. Como si estuviera explicando una teoría atómica, Lara empezó a darme datos que había obtenido de sus investigaciones. Los Joaquines aparecen en un momento de distracción, de felicidad de alguien cercano a vos, donde por primera vez dejas tu egoísmo y te concentraste en el otro. Ahí, justo en ese momento, aparecen. Hizo una pausa. Le temblaban las manos y los ojos se le humedecían, como si le doliera hablar del tema. El Joaquín con el que vos estuviste, es el Joaquin primogenio, el más peligroso. Yo y tres más del grupo estuvimos con él. Cruzó las manos y se quedó en silencio. Me quedé tieso. Me exasperaba su tranquilidad. Quería saltar a la mesa y sacudirla. ¿Que más Lara? ¡¿Qué máasss?!. Con la mirada a un costado, se largó a llorar. Todos la contuvieron. Yo me había clavado otra medialuna y esperaba que me dijera los puntos claves. ¿Acaso corría peligro de muerte o qué?. Se sorbió los mocos y continuó. Los Joaquines se debilitan cuando son ignorados. Pero su poder es tal, que ninguno ha podido lograrlo. Sin ir más lejos, nuestro grupo lo sigue llenando de poder. Ninguno de nosotros ha logrado olvidar. Tuvo que intervenir Flavio cuando Lara ya no podía hablar de tanto llorar. Con las palmas en la cara se derrumbaba desconsolada sobre la mesa. Disolver el grupo sería mi mayor deseo, decía en medio de tartamudeos. Los demás le acariciaban la espalda. Tranquila, tranquila. Flavio me mostró unas cicatrices en sus muñecas. Psicólogo, Psiquiatra, registros, hipnosis, lo que te imagines, nada funcionó. Lara fue de las más afectadas porque sufría el tema de Joaquin hace más de nueve años. El problema es el siguiente, dijo. Llegado un estadio en el que Joaquin depositó su semilla de la obsesión. Desaparece. Te ignora, ya no le importás. Y ahí es cuando el mal florece dentro de tu cuerpo. Ahora nunca dejaras de pensar en él. Pero con vos tenemos una chance. Estamos en una etapa temprana donde no es demasiado tarde. Les expliqué que Joaquín ya no respondía mis mensajes ni nada. Pero aún puede hacerlo, dijo Flavio, y tenemos que aprovecharlo.

 

Nos reuniríamos en mi casa. Necesitaba que sea un lugar seguro para mi. Si lo que sentía por Joaquin no era tan grande, juro que nunca habría aceptado semejante locura. No tengo más de cuatro sillas, algunos van a tener que sentarse en aquel mueble. Señalé una biblioteca bajita. Nos pusimos en una ronda alrededor de la mesa del comedor. Dejé de ver los ojos de Lara por el humo que largaba la taza cuando la apoyó delante mío. Cuando la frazada me tapó la nariz sentí un cosquilleo tan placentero similar a un orgasmo. Estaba solo. Se llevaron a mi perra Cata para que no tuviese que hacerme cargo de nada. Solo resguardarme seguro en la casa. La depuración de Joaquín había comenzado.


 

2




 

Alguien me despertó sacudiéndome el brazo. Me incorporé y me quedé sentado en la cama. No había nadie. Que frío que hacía. Manotee una remera que tenía ahí nomás y me quedé observando mi cuarto. Todavía no había amanecido. Los arpegios de las cortinas por el viento me hicieron flashear que estaba en una película de Fredy Krugger. No había luces y la disposición de los muebles estaba totalmente cambiada. La reconocía como mi casa, pero a la vez sabía que no lo era. El pasillo, ahora era larguísimo y tenía varias puertas abiertas. Al fondo, la entrada daba a la calle. Me desplacé despacio. Modo sigilo. Una luz azul parpadeó en una de las habitaciones. Me asomé y me entró un calambre. Entendí que lo que estaba viviendo no era la realidad. Sentado en un escritorio, con la cara pintada por la pantalla, Joaquín Nº4 revisaba las redes sociales. Me stalkeaba a más no poder. Desde mi ángulo no podía ver lo que miraba, pero yo sabía que estaba haciendo eso. Lo conocía muy bien. Cuando notó mi presencia, alzó la cabeza. Su cara estaba borroneada. Me apuntó con ese blur  que daba pánico. Atiné a correr y de refilón vi que en las otras habitaciones también pasaban cosas. Como una especie de performance de teatro amateur. A los besos Joaquín Nº1 y Joaquín Nº3 se revolcaban en un sillón. Iluminados por unos neones rojos en el techo me invitaban a que me acerque. Los bices explotados de creatina de Joaquín Nº1 se inflaban cuando hundía sus dedos en la espalda flacucha del número tres. Experimenté una mezcla de sensaciones que viraban entre el miedo profundo, los celos y una excitación que subía como leche hirviendo. Número 3 le levantaba la remera al otro, dejando ver sus abdominales y las besaba a más no poder. Me acerqué un toque y de inmediato me rodearon y empezaron a besarme el cuello, la panza. Me metían los dedos por atrás, por la boca. Mis ojos clavados en el neón rojo. Encandilado, veía las siluetas de los joaquines. Una sombra se agrandó y se sumó al gangbang, indudablemente era él número siete. Vi su sombra a contraluz asomado en la puerta crecer hasta estar cerca mío. Dentro mio. De rodillas, empecé a masturbar y lamer. Sentía fluidos en mi mano y en mi boca. Por la incandescencia de la luz, mis visiones transmutaban. Me toqué los labios con los dedos y los teñí de negro. Estaba sangrando. El pecho, las manos, todo. Las pijas de los Joaquines eran navajas. Me las acercaban a la cara, me las hundían en los pómulos como si fueran de plastilina. Ellos se besuqueaban entre sí. No sentía dolor, solo placer y terror. Quería escapar, sabía que nada de eso estaba bien. Me escurrí por entre sus piernas. A gatas. Alcé la cabeza una última vez. La silueta de Joaquín Nº7 me miraba fijo. Sus ojos eran dos faroles blancos. Apuré el ritmo hasta irme de ese cuarto. Miré mis manos, no tenía ninguna herida. Me incorporé y le metí una carrera hasta la puerta que daba al exterior. En otra habitación con destellos verdes estaba Joaquín Nº5 repitiendo mantras con un collar japa mala. El número seis disparaba a un tiro al blanco en un cuarto naranja. Por suerte, ninguna de sus actividades me hizo detenerme ni por un segundo.  Corrí y corrí, La puerta se alejaba y yo no paraba de correr. Con la extraña sensación de que los Joaquines ahora me perseguían. Sus dedos se acercaban a mis omoplatos, pero yo no paré. Le metí hasta que por fin salí al exterior nocturno. Un soplazo de aire helado me recorrió todo el cuerpo. Hermoso. Libre.

 

Desperté gritando. Todo pegoteado de un sudor espeso. Lara a los pies de la cama. Sonreía con mi celular en las manos. ¿Estás bien? El plan salió perfecto, dijo. Pregunté qué había pasado y me explicaron que estuve durmiendo durante tres días. Que el floripondio ya había perdido el efecto. Al segundo día de haberte desconectado de la realidad, Joaquin te escribió porque quería verte. En ese momento entendí mejor el mecanismo. El plan de los chicos. Si lograba ignorar a Joaquin sea cual sea el método, él aparecería para terminar su trabajo. 

El encuentro sería en dos días. Comenzó una especie de debate en mi casa sobre lo que haríamos. Hubo una división de posturas en las que se encontraban los planes más descabellados, que incluían raptar a Joaquin para preguntarle porque los había abandonado y otros que quería charlar como personas civilizadas. Algunos desplegaron sogas, cintas adhesivas sobre la mesa. Parecía más bien un atentado. De pronto, me daba cuenta de que nada de lo que estábamos haciendo tenía sentido. ¿Acaso Joaquín nos había hecho perder el juicio a tal punto de que pensábamos en secuestrarlo? pero para qué ¿Cuál era el fin? eso preguntaba. Y todos me ignoraban. Sus cabezas estaban peores que la mía. El germen de la obsesión había calado más profundo que conmigo. Ese día cenamos en un restaurante cercano. Flavio sacó una resma con hojas A4 impresas con los chats y toda la evidencia que teníamos de que Joaquín existía. Voy a forrar la pared con esto para que él mismo vea lo basura que es, dijo. Sabrina, que era la más lógica, casi le encaja una trompada. A los gritos le escupió por la cara ¿De qué sirve demostrarle que existe? Todos la calmamos. Calma Sabri, calma. Pude notar que Lara apenas había hablado. Estaba meta piqui piqui con el teléfono. Se enredaba un mechón de pelo en el dedo. Sonreía pícarona. Nunca la había visto así. Los otros ni se habían dado cuenta. Todos estaban en la suya. Uno de los salteños barajó la idea de atarlo, apuntarlo con un arma y que eligiera entre uno de nosotros al amor de su vida, que sería su última oportunidad. Nadie supo si realmente lo dijo en chiste o no. Pero por suerte nadie aceptó semejante pelotudez. Coincidimos que lo más sensato sería que yo concrete la cita pactada y trate de sacarle información de forma sutil. Tratar de utilizar artilugios para desmembrar la cabecita loca de Joaquin. Ver si ahora que sabía que el chabón era un hijo de puta, podría obrar de manera más adulta. Le preguntaron a Lara si estaba de acuerdo. Tardó un buen rato en quitar la cara de la pantalla antes de respondernos. Se hizo un brainstorming final con las preguntas que debía hacerle. Tachamos las que no iban, las que sonaban sospechosas y me hicieron repetirlas como si de un guión se tratara. Estaba listo para desenmascarar a Joaquin.



 

Esa noche no pude dormir. Daba vueltas a mi cabeza sobre las preguntas que iba a hacer. ¿Como reaccionaría Joaquín? ¿Me convenía hacerme el gallito y no darle bola?, o era mejor ir en mood entregado?. Los peores escenarios se dibujaban en mi cerebro y amplificaban mi ansiedad. A tal punto que cuando llegó la notificación, me agarró taquicardia. “Joaquín mató a Lara” así lo anunció Sabrina en el grupo. Compartió el link. La noticia en los portales nos voló la cabeza. Eran las siete de la mañana y el grupo de Whatsapp estallaba. Quince notificaciones. Ciento cuarenta. Doscientos sesenta y siete notificaciones. La mató él. No puede haber sido otra cosa, afirmaban todos. Lo que en realidad decía la noticia es que Lara se había suicidado. Su propia hermana fue la que avisó. Apareció muerta de sobredosis de pastillas en la cama y no había indicios de la participación de un tercero. La familia de inmediato aseguró que Lara sufría una depresión muy grande. Incluso las pastillas que había ingerido eran recetadas. Se cuestionó al psiquiatra. ¿Acaso él no se había dado cuenta de las intenciones suicidas de su paciente? En twitter se hizo trending toping la palabra sucidio. Se habló de los jóvenes y el peligro de las redes sociales. Se habló mucho acerca de la ansiedad y los mandatos por mostrarse feliz. Estábamos de acuerdo con todo, pero nosotros sabíamos que Joaquín era el único culpable. Especialmente cuando en una de sus cuentas de internet subió una foto de un cielo nublado. Al costadito se podía ver un pedazo de las ramas de los ficus que Lara tenía en el fondo de su jardín. Nada de eso serviría como prueba, Joaquín era una incógnita total. Un fantasma. Les conté lo que yo había notado en la cena. Todos sacaron sus conjeturas. Probablemente ese mismo día tuvo una cita con Joaquin y quizá se suicidó luego. O él la obligó a tomar las pastillas. Nunca lo sabríamos a ciencia cierta. Por otra parte, el plan se había ido al carajo. El mendocino y la sureña dijeron que ya no querían formar parte de todo esto. Que era una locura. Sabrina mandó una foto de ella misma desfigurada de llorar. Dijo que lo mejor era disolver el grupo. Que ese siempre había sido el deseo de Lara. Entendimos que eso debilitaría a Joaquín. Todos coincidieron en que lo más seguro era que yo no concretara el encuentro. Les dije que tenían razón. Que el plan quedaba abortado. Fuimos al velorio de Lara. Toda la familia devastada. Estaban sus compañeras del trabajo que parecían ser mucho más grandes y unos familiares que no tenían ninguna similitud física. La verdad es que no sabíamos nada de ella. Nosotros nos amuchamos en un rinconcito. Ni la madre nos conocía. Llegó la medianoche e hicimos un abrazo grupal. Fue lo mejor que no te hayas visto con Joaquín. Fuiste muy fuerte. Con los ojos húmedos sonreí ante esas palabras de aliento. En ese momento todos abandonamos el grupo. Lo disolvimos. Yo pasé a ser el mayor héroe por no haber cedido ante la cita con Joaquin. Pero la verdad es que él nunca volvió a escribirme. Antes de ir al velorio le pregunté si íbamos a vernos out of the law, sin que mis compañeros se enteren. Me sentí fatal a medida que pasaban las horas y yo dele mirar el chat para ver si me había respondido. Ni siquiera me clavó el visto. De algún modo entendí que había tocado fondo. Estaba dispuesto a traicionar a todos con tal de verlo. Esa fue la gota que rebalsó el vaso. Eso, y el hecho de que Joaquin nunca volvió a escribirme.




 

3




 

Seis años tuvieron que pasar. La idea de destruir a Joaquin dentro de mi cabeza y debilitarlo cobró mucha más fuerza. Empezó con meditaciones y terminó en un retiro espiritual de varios meses que sacaron lo mejor de mi. Estaba en paz, sentía que había alcanzado la iluminación. Ya no pensaba en él. O si lo pensaba, era de una forma más lejana. Sin involucrarme. Ahora formaba parte de un grupo de nueve personas, todos latinos que vivíamos en una gran casona en Madrid. Practicábamos yoga y todo tipo de terapias altamente efectivas para depurar y aliviar la cabeza. Nunca les conté sobre Joaquin. Temía que al igual que Freddy, el temor sea compartido y apareciera en cabezas ajenas. Esa noche, uno de nuestros compañeros se iría. Volvería a la Argentina con su familia.

 

No quisimos festejar en la casona porque era un evento especial. Fuimos al bar Reverie. Yo me pedí una pinta de cerveza. No quería ponerme en pedo. Santiago me encajaba besos tiernos. Se ponía muy contento cuando salíamos a bares. En tres días cumpliríamos tres años de noviazgo. Una relación sana. Por fin. Me ayudó a sanar el tema de Joaquín. Me enseñó a valorarme y fue esa el arma principal que me hizo ser lo que era ahora. Nos cagamos de risa. La gente comenzó a irse al boliche, en el bar quedaba nuestro grupo y un par de mesitas más. Como quién no quiere la cosa, en las mesas externas, lo vi. Me paralice. No había dudas de que era él. Un nuevo Joaquín. Afroamericano. Era muy diferente a los que había conocido en Argentina, pero no habían dudas de que era uno de ellos. Las flores colgantes apenas me dejaban ver el cuadro completo. Fumaba de una forma muy sensual mientras hablaba con una parejita. Seguro los tenía enamorados. Agaché la cabeza cuando miró para mi lado. ¿Estás bien? Preguntó Santiago y me dio la mano. ¿Queres que nos vayamos?. No no, tranqui. Le encajé un beso y todo siguió como si nada. Meta risa y anécdotas, mi atención estaba en el Joaquín afro. ¿Y si este era diferente? Quizá al ser de otro lado, tener otra cultura no era el mismo sorete. Al palo la música, para mí empezó a sonar como un murmullo. De pronto sentía que estaba en una pileta. Ya ni escuchaba lo que los otros decían. Las lucecitas navideñas en la ventana lo hacían ver como una especie de apóstol macho de la sexualidad. Brillosa aquella piel. Con los labios carnosos y los ojos verdes. Me di cuenta de que estaba embobado de nuevo. Le dio un par de secas más a su cigarro, se despidió de la pareja con la que hablaba y se quedó mirando fijo donde yo estaba hasta que por fin juntamos las miradas. No iba a ser yo quien cediera. Se sonrió y me hizo un gesto con la cabeza para que saliera afuera. No respondí nada. Volvió a sonreír y caminó a la vereda del frente. Estaba oscuro, pero no lo suficiente como para no ver sus músculos estallando la campera de cuero. Sostuve mi pinta de cerveza. Me concentré en como desaparecían las burbujitas de la espuma. Me temblaba la mano. En el bar pusieron música bossanova, era la hora donde ya se terminaba la movida. Tomé un sorbo más y miré a Santiago que hacía jodas con los demás. Me miró con cara de interrogación y enseguida me hizo una mueca cariñosa. No había maldad en él. Su ternura desbordaba. Volví a mirar mi vaso vacío. me mordí las uñas. Un dolor en la panza y en el pecho me atravesaba. Pero era más fuerte que yo. Me levanté de la mesa y abracé a Santiago por atrás. Sentado, reclinó su cabeza sobre el respaldo de la silla y le encajé un beso. Vuelvo enseguida le dije. Y salí afuera.

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